En 1959, una misteriosa enfermedad paralizante golpeó la ciudad marroquí de Mequínez, afectando principalmente a los más desfavorecidos. Lo que se pensó inicialmente como poliomielitis pronto reveló una oscura trama de adulteración en el suministro de aceite comestible. Detrás de esta tragedia se encontraba una cadena de corrupción y negligencia que cobró miles de víctimas. Esta es la historia de cómo la avaricia y la indiferencia desencadenaron una catástrofe olvidada, marcando un sombrío capítulo en la historia de Marruecos.
En septiembre de 1959, se reportaron los primeros casos en la ciudad marroquí de Mequínez de una enfermedad que causaba efectos paralizantes y cuyo origen era desconocido. Esta enfermedad afectó principalmente a la clase más pobre musulmana que residía en las periferias de las ciudades. Se observó una mayor incidencia en mujeres que en hombres y en adultos que en niños.
Inicialmente se sospechó que se trataba de poliomielitis. Las autoridades sanitarias marroquíes no lograban identificar la causa de la enfermedad y los casos continuaban en aumento. Solicitaron ayuda a la OMS, que envió a dos epidemiólogos ingleses. Estos, inicialmente, consideraron que la enfermedad era viral. Sin embargo, no se observaba contagio entre los sectores pobres de la población, que interactuaban intensamente entre sí y con otras clases más pudientes, donde no se registraban casos.
Finalmente, un médico francés descubrió el origen del problema. Una de sus pacientes relató que había adquirido una botella de aceite de cocina de la marca Le Cerf. Al usar el aceite, notó que tenía un color más oscuro de lo normal. Después de cocinar con él y desechar la comida, su perro la consumió sin presentar síntomas. Sin embargo, dos semanas después, tanto su perro como toda su familia sufrieron parálisis.
La intoxicación tenía su origen en un aceite contaminado proveniente de lubricante regenerado para motores, vendido en una subasta en la base norteamericana de Nouasseur, cerca de Casablanca. Este aceite fue mezclado con aceite destinado al consumo. Se cree que la sustancia tóxica era el TOCP (tri-ortofosfato de cresilo). Los fosfatos de cresilo, con propiedades útiles en la industria como termoestabilidad y plastificación, se utilizaban, entre otras cosas, como aditivos de la gasolina. El TOCP ya había causado intoxicaciones en Estados Unidos entre 1929 y 1930, conocidas como “ginger-jake paralysis”, donde se usó para preparar una bebida alcohólica.
Un comerciante de Casablanca compró este lubricante, que estaba etiquetado como aceite para motores, pero lo vendió a comerciantes de aceite comestible, quienes lo adulteraron para aumentar sus ganancias. Para hacer el aceite más atractivo, lo etiquetaron como Le Cerf, similar en pronunciación a un aceite francés de alta calidad vendido en Marruecos, Lessieur.
Después de descubrir el aceite tóxico, el producto dejó de ser adquirido en grandes ciudades como Rabat o Mequinez. Los comerciantes retiraron las etiquetas y lo vendieron en aldeas más remotas donde la tragedia era desconocida, aumentando así los casos de parálisis.
La respuesta final llegó cuando el rey Mohamed V, en el parlamento marroquí, aprobó una ley retroactiva que sancionaba con la pena de muerte el “crimen contra la salud de la nación” por la fabricación y distribución consciente de aceite adulterado.
De los 27 aceiteros detenidos, cinco fueron condenados a pena de muerte y otros tres a cadena perpetua por la corte suprema de Rabat, el 27 de abril de 1960. Más de diez mil marroquíes sufrieron parálisis en diferentes partes del país.
